“Para el Soldado de la Patria, ni el Oro ni el

Poder… solo la Gloria”. José de San Martin

“Y la naturaleza del Hombre se ha ido

degradando con el paso del tiempo,

solo la Raza de los Héroes salvará a la Humanidad

desde un pasado remoto y en un futuro ignoto”.

Hesíodo (poeta arcaico griego Siglo V antes de Cristo).

Por José Alejandro Lauman (*)

Pocas figuras en la escultura han sido tan estudiadas en su simbología como la ha sido la misteriosa “Victoria de Samotracia”, imagen que fuera tallada en fino mármol por el escultor Fidias, en el año 190 antes de Cristo.

Según los estudiosos, esta obra fue realizada con la finalidad de recordar la épica batalla naval de Salamina, suceso en que los griegos salvaron su libertad contra los persas.

Desde su descubrimiento en postrimerías del siglo 19, se intentó reconocer rasgos, detalles que se acercaran al sentimiento de su creador.

La dinámica de este cuerpo femenino representando a la diosa Niké, diosa de la Victoria y portadora de la Gloria, expresa un movimiento de avance, contra un fuerte viento, las ropas desceñidas, casi desnuda en sus atavíos. En vano se buscaron en cercanías del hallazgo la cabeza y los brazos de la alegoría. Nunca fueron encontrados.

Una versión más moderna y actual de esta sintética historia fundamenta la ausencia de estas extremidades en una filosófica intención del escultor que premeditadamente omitió en su obra estas partes del cuerpo, simbolizando de esta manera que la diosa Niké no podría preferir ni a través de su vista, ni de sus oídos, ni por sus manos, a ningún mortal, otorgando de esta manera la victoria gloriosa a quien realmente lo mereciera. No teniendo en cuenta ningún otro atributo que no sea la Justicia.

De esta manera, es posible creer que la justificación de su desnudez no solo se origina en la belleza estética del cuerpo femenino, sino que, a la manera griega de simbolizar los hechos, ésta quiere significar que las cosas son como son… sin atavíos. Son verdaderas, y son desnudas, en su esencia, de toda apariencia que intente tergiversarlas.

Es la pureza de su material entonces, lo que hace desnuda la Gloria, sin arreglos, sin oropeles ni fastuosidades, y es que no las necesita, por su naturaleza intrínseca. Y quizás, tratando de interpretar al antiguo escultor griego, es alada porque sus pies se despegan de lo transitorio del momento para elevarse en el tiempo. Por siempre. Porque su elemento es el tiempo, mas no el espacio.

El espacio, lo actual, es el terreno del éxito. Y el éxito se agota en su sola presencia. No tiene continuidad. Es efímero y transitorio. Es la meta buscada por los espíritus mediocres que buscan cegarse momentáneamente del fulgor para olvidar a través de su embriaguez, lo que saben que son.

Y lo peor: lo que saben nunca serán.

Existe una filosofía del Éxito y otra de la Gloria. La primera encuentra su justificativo en los momentos, la otra es inmarquesible por los siglos.

Por ello, quizás, existen tantos hombres exitosos. Pero pocos gloriosos.

No todos pueden entender el concepto de eternidad.

En esta semana hemos conmemorado a uno de los hombres que más ha marcado el sentimiento nacional. Hemos escuchado las fechas, los hechos, las circunstancias que modelaron en nuestro ideario a nuestro General José de San Martín. Lo hemos concebido de distintas maneras: de bronce, de carne, un hijo dilecto de Marte o un ser profundamente humano y sensible. Un ser capaz de otorgar sus medallas a sus nietas para que jueguen o el Jefe Militar que ordena exigentemente que ni siquiera se baje la cabeza ante las balas de los enemigos, bajo advertencia de ser considerado cobarde. Pero en todo eso, en toda esa complejidad, ¿en donde se encuentra el fundamento de la Gloria? ¿Qué hace que su realidad histórica sea esa y no otra? ¿Qué determina que Niké lo alce por sobre el espacio para hacerlo parte del tiempo? He aquí un misterio.

Es una verdad irrefutable que la Gloria no se conquista, sino que es otorgada por los evos de la historia, y es hasta a veces un concepto incómodo ya que resiste ideologías y sistemas, va más allá de cualquier estructura arancelada con prejuicios.

La sustancia de la Gloria es el ser. El núcleo del éxito es el parecer.

Todos sabemos que a José de San Martín no le importaba el parecer.

Jamás le importó el éxito. Aborrecía las aglomeraciones y los reconocimientos sociales. Despreciaba lo vano, lo fastuoso, se le hacía insoportable el “barullo” como el mismo decía de las fiestas. Y no porque fuera de personalidad intromisa, abundan ejemplos en contrario.

Ocurre que sus energías requerían total concentración en el cumplimiento de sus ideales, que estaban en las antípodas de la singularidad. Nada importaba, ni siquiera él mismo. Su legendaria mirada estaba más allá de cualquier aspiración personal, que podría pretender, seguramente, legítima. Sus ojos ya no estaban anclados en nuestro espacio, sino que navegaban en el tiempo, observándonos a nosotros desde allí y protegiendo desde su pasado lejano de sacrificio nuestro futuro de libertad.

Existe la anécdota histórica, ampliamente difundida, que luego de la noche de Cancha Rayada, el General San Martín al ver ingresar a Santiago de Chile al General Juan Gregorio de Las Heras, que había salvado gran parte del Ejercito Libertador, con la chaquetilla militar destrozada por la lucha y el esfuerzo, manda a su asistente a que, de su propio guardarropa, le sea entregada al General Las Heras, la mejor de sus chaquetas para que los soldados vean dignamente uniformado a su superior. Mayúscula fue la sorpresa del asistente al comprobar que el Libertador, poseía solo dos chaquetas; y la mejor estaba remendada.

Hoy tal vez entendamos que José de San Martín no necesitaba realmente de vestimenta, porque al igual que la antigua escultura griega de Samotracia, estaría gloriosamente desnudo ante la eternidad.

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